EN EL ÁLBUM DE D. F.

 

  

¿Por qué me pides que en este libro 

que no me atrevo casi a tocar, 

escriba versos sin ser poeta 

y ni una jota tener de tal?

 

  

¿Cómo ofrecerte pudiera endechas 

dignas, Delfina, de tu beldad, 

cuando en materia de poesía 

soy el recluta más lerdo que hay?

 

  

Yo soy soldado, tú no lo ignoras, 

con grado apenas de Capitán, 

y las canciones de los soldados 

poco a las bellas suelen gustar.

 

  

Nosotros, niña, por siempre hablamos 

de balas, rifles y nada más, 

y nuestros versos huelen a pólvora, 

y en un bello álbum quedan muy mal.

 

  

Pero, no importa.  Para probarte 

que soy tu amigo sincero y fiel, 

 haré un esfuerzo, contando siempre 

con que indulgente tú habrás de ser.

 

  

En mis estrofas no habrá dulzura, 

ni de tu agrado serán tal vez; 

mas no lisonjas verás en ellas, 

pues lo que siento sólo diré.

 

  

Si los poetas dicen mentiras, 

cual muchas gentes suelen creer, 

a los soldados nos lo prohíben 

nuestra ordenanza, severa ley.

  

 

De cumplimientos soy enemigo: 

Jamás los hago, ni los haré, 

y es mi sistema ser franco y sincero, 

que no en mi alma cabe doblez.

  

 

Oye, pues, niña, lo que yo pienso, 

y lo que todos piensan de ti. 

Son seductores tus negros ojos, 

blanca es tu frente como el marfil, 

tu voz divina conmueve el alma, 

tus rojos labios son de carmín; 

y Venus misma te envidiaría 

por tus encantos, tus gracias mil.

  

 

La Flor tu eres más hechicera 

y más hermosa de este jardín. 

Virtud, belleza, todo lo tienes, 

Y eres un ángel, un serafín.

 

  

Yo, que te he visto, que te he admirado, 

y que deseo vivas feliz, 

hoy que me ausento te hago una súplica; 

piensa, mañana, Delfina, en mí.