DÉCIMAS A MI AMIGO IGNACIO HURTADO
Hoy la ocasión ha llegado
de que una prueba me des
de la amistad e interés
que siempre me has demostrado.
Oye, pues, sin desagrado
lo que te voy a decir,
que si a ti voy a acudir
para salir de un apuro
es por hallarme seguro
de que me vas a servir.
Que hay carreras se asegura
como tu quizás no ignoras,
y yo me encuentro a estas horas
sin una cabalgadura;
la cosa es bastante dura
porque me es fuerza montar;
me tienes, pues, que prestar
de tus rocinantes uno,
dispensando si importuno
hoy te llego a molestar.
No pienses que yo soy flojo
para eso de andar a pie;
y si monto no es, a fé,
solamente por antojo.
Tú sabes bien que soy cojo,
y una imprudencia sería
andar yo de infantería
cuando a montar todos van.
Dame, pues, el alazán,
siquiera por sólo un día.
Pero no, no sólo un día
me quiero yo divertir:
ya que me animé a pedir
pediré con grosería;
como nada sacaría
con montar sólo una vez,
para quedarme después
lleno de pena y tristura,
por mientras la fiesta dura
quiero que el rocín me des.
No te voy a prometer
como hacen otros, Ignacio,
que andaré siempre despacio
sin pensar nunca e correr.
Como yo no intento hacer
ejercicio paso a paso
para curarme del bazo
con franqueza te diré
que brincaré y correré
siempre que se llegue al caso.
Si a esto das tu aprobación
el caballo aceptaré,
pero no lo montaré
si niegas tal condición.
Dime, pues, sin dilación,
a que me debo atener,
tu decreto hazme saber,
debiendo siempre cuidar
que nadie vaya a pensar
que tú abusas del poder.
Como soy un buen soldado
de la Guardia Nacional,
montar en el general
no fuera muy de mí agrado.
Dáme el alazán tostado
o el bayo, y me alegraré,
o si no, de san José
has que me traigan el moro,
y cual si fuera un tesoro
yo te lo agradeceré.
Por conseguir mi alazán
escribo estas ocho décimas
estén buenas o estén pésimas,
lo que fuere, allá te van.
Yo ignoro si surtirán
el deseado buen efecto,
y ojalá que mi proyecto
se pudiera realizar
como puedes tú contar
con mi amistad y mi afecto.